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Roma, 15 de marzo del año 44 a.C., Julio César acude a la curia de Pompeyo, ubicada actualmente en el área sagrada del “Largo di Torre Argentina” debido a un incendio que impedía la reunión del Senado en la curia del Foro Romano. Pocos sabían que ese día supondría el fin de la República de Roma y un momento culminante para su historia; César iba a ser traicionado y asesinado mediante 23 cuchillazos.

Apenas es conocido que este acontecimiento tuvo lugar en este área de la Ciudad Eterna. A diario podemos ver a los turistas y a los propios romanos paseando por el Largo Argentina sin saber la importancia de lo que allí sucedió, pues fue Augusto quien decidió tras el asesinato de César que esta zona estaba maldita y por ello debía ser amurallada y olvidada. Posteriormente, construyó un templo dedicad al Divo Giulio en pleno centro del Foro Romano donde el cuerpo de César fue incinerado y en el que, todavía hoy, se ven ofrendas depositadas en los pocos restos que permanecen en pie.

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Como decíamos, esto supondrá un antes y un después para la historia de Roma ya que el año 29 a.C. Ottavio Augusto (llamado Augusto por el Senado en el 27 a.C. para otorgarle el título de Augustus) asume el Imperium, de modo que, con este y el resto de títulos adoptados, pasará a convertirse en el primer emperador de Roma y las provincias e inaugurando una nueva etapa: el Imperio.

Muchas son las huellas que actualmente encontramos en la Ciudad Eterna de este primer momento de la Roma imperial, pues Augusto fue uno de los pioneros en la modificación, ampliación y reestructuración urbanística de la urbe. Cabe destacar que ya en el siglo I a.C. Roma era una ciudad demasiado grande como para resolver todos los temas judiciales, económicos o políticos en el Foro original, de modo que Augusto construyó su propio foro del cual podemos ver los restos a uno de los lados de la actual Via dei Fori Imperiali, justo en enfrente del Foro Romano. Si bien es cierto que dicho foro no es de grande dimensiones y esto se debe a que Augusto no quería expropiar los terrenos colindantes para su construcción.

Asimismo, el primer emperador llevó a cabo más obras como la perfección de las carreteras romanas, la construcción de un servicio postal – cursus publicus – que supondría el primero de la Antigüedad y estaría dotado de lo equivalente a nuestros moteles – mansiones – y estaciones de servicio – mutationes –. También llevó a cabo la ampliación de la Cloaca Máxima, la construcción del acueducto “Verti”, el cual contaba con 19 kilómetros de recorrido conservado en su mayor parte por ser casi todo subterráneo y que desemboca en la Fontana della Barcaccia de Piazza Spagna, en la Fontana di Trevi y en la Fontana dei quattro fiume de Piazza Navona.

Por tanto, desde este momento Roma comienza a asumir el aspecto grandioso de capital del Imperio que los posteriores dirigentes irían consolidando y ampliando. Pero no debemos olvidar que no todo fueron obras públicas, pues Augusto nos dejó verdaderas obras de arte que formaron parte de su vida privada y de su estrategia política, como es el Ara Pacis, un altar monumental dedicado a la diosa Pax y que realmente fue iniciativa del senado romano para celebrar las victorias de Augusto en la Galia e Hispania y la paz establecida por el mismo y que es visitable actualmente en el museo con el mismo nombre. Otras obras como la propia Casa de Augusto y la de su esposa Libia, en el Palatino, o el mausoleo del emperador, el cual muy poca gente conoce debido a su estado de abandono pero que se encuentra junto al Museo del Ara Pacis y permite admirar la original arquitectura funeraria que más tarde sería imitada por muchos otros.

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Y es que, a ojos del pueblo romano, Augusto fue un innovador, pues, como él mismo afirmó “encontró una Roma de ladrillo y la dejó de mármol”. Por ello, cuando caminamos por la ciudad si observamos nuestro alrededor podemos apreciar los siglos de una historia construida piedra sobre piedra accesible a todo aquel que quiera conocerla.

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